EL DUELO
¿Qué tienen en común la pérdida del reloj que nos regaló nuestro abuelo aquellas vacaciones, el retorno de nuestro amigo a su lugar de origen, y el descubrimiento de una arruga nueva en nuestra cara?
Pues sí, estos tres acontecimientos tan dispares comparten que todos ellos significan una pérdida. Y, cada uno en función de la intensidad del apego que teníamos a lo que perdemos (el objeto en el primer caso, el amigo en el segundo, y parte de nuestra juventud en el tercero), supondrán un duelo más o menos complicado.
El duelo no sólo se refiere a “grandes pérdidas”, ni está sólo relacionado con la muerte. Desde que nacemos, estamos viviendo duelos cotidianos, más o menos intensos, que (cómo su propio nombre indica) nos suponen dolor.
El bebé que nace pierde el confort y la seguridad del útero, el adolescente pierde la niñez y sus beneficios, la anciana pierde agilidad. La vida en sí misma, nuestro día a día, crecer, supone un duelo continuo al que estamos acostumbrad@s.
Tod@s recordamos, con más o menos nostalgia, etapas anteriores de nuestra vida, momentos o situaciones vividas, personas o trabajos que han pasado por ella, lugares habitados o visitados. Existieron, dejaron de hacerlo y, tras el trabajo del duelo, integramos la pérdida en nuestras vidas.
El trabajo de duelo
Y sí, trabajo de duelo, porque el duelo es un proceso activo. Elaborar el duelo e integrarlo en nuestra vida supone un esfuerzo, un trabajo, que tenemos que hacer para conseguirlo. Este trabajo será más o menos arduo en función de la importancia de la pérdida.
La teoría del apego de Bowlby nos ayuda a conceptualizar la tendencia de los seres humanos a establecer fuertes lazos emocionales con otras personas, situaciones u objetos, y una manera de entender las fuertes reacciones emocionales que se producen cuando dichos lazos se ven amenazados o se rompen.
Estos apegos vienen de nuestra necesidad de seguridad y protección, y tienen un valor de supervivencia diferente a la alimentación.
Por tanto, las situaciones que ponen en peligro este lazo inevitablemente van a provocar reacciones muy específicas como respuesta a dicha separación. Estas respuestas serán instintivas (y universales), y están dirigidas a restablecer la relación con el objeto perdido. Esto es la Teoría biológica del duelo.
Duelos comunes
Pero vamos a hablar de las situaciones que la población general identifica con la palabra duelo: la muerte de un ser querido, una ruptura amistosa o amorosa, o la pérdida de un trabajo.
Si pensamos en cada una de ellas, podemos llegar fácilmente a la conclusión de que no son pérdidas únicas; es decir que, con cada una de ellas perdemos mucho más que lo que desaparece:
– Cuando fallece o rompemos con alguien cercano a nosotr@s, perdemos también la posibilidad de vivir nuevas situaciones con esa persona, la sensación que teníamos cuando estábamos con ella, la seguridad o inseguridad que nos aportaba, ciertas rutinas, etc.
– Cuando perdemos un trabajo, perdemos seguridad, hábitos, compañer@s, estructura, estatus, etc.
Esto genera un desequilibrio, una sensación de movernos en terrenos poco firmes, incomodidad y desasosiego.
El duelo de la muerte
Evidentemente, la muerte es la pérdida por excelencia.
La irreversibilidad es lo que la convierte en la pérdida más dolorosa y, por tanto, en la pérdida que más nos cuesta integrar.
George Engel considera que la pérdida de un ser amado es psicológicamente tan traumática como herirse o quemarse gravemente en el plano fisiológico; y ve el proceso de duelo similar al de curación.
Dicha semejanza también se hace extensiva a procesos de curación inadecuados, como cuando no tomamos las medicinas prescritas en un tratamiento, o no curamos una quemadura de la manera más adecuada, o no somos capaces de buscar los apoyos necesarios cuando nos fracturamos una pierna. Esto dificulta y llega a impedir nuestra curación.
Las reacciones normales asociadas a cualquier duelo implican:
- sentimientos como tristeza, enfado, culpa, autorreproche, ansiedad, soledad, fatiga, impotencia, shock, anhelo, alivio (sí, también alivio);
- manifestaciones físicas como opresión en el pecho, vacío en el estómago, hipersensibilidad al ruido, debilidad muscular, falta de aire, etc.;
- cogniciones como incredulidad, confusión, sentir la presencia de la persona fallecida o alucinaciones; y
- conductas como desconcentración, aislamiento social, sueños recurrentes con el/la fallecid@, trastornos alimentarios, atesorar o deshacerse de objetos que nos traen recuerdos, etc.
Como decía antes, tenemos que realizar un trabajo que restablezca el equilibrio. El duelo es un proceso y no un estado.
¿En qué consiste ese trabajo de duelo?
William Worden nos habla de cuatro tareas fundamentales que tenemos que realizar.
1. La primera consiste en afrontar la realidad de la pérdida. Esto consiste en enfrentarnos a que la persona está muerta, que se ha marchado y que no volverá. El reencuentro es imposible, al menos en esta vida.
Algunas personas se quedan bloqueadas en esta tarea, negando la realidad de la pérdida.
La negación es un mecanismo que atenúa el dolor en el primer momento, que protege a nuestra psique al principio, cuando aceptar que algo tan duro ha sucedido es tan complicado como beber una botella de líquido amargo de un trago; nos ayuda a que “ese líquido” nos entre algo más despacio, amortigua la intensidad del impacto en un principio.
La creencia y la incredulidad son intermitentes mientras se intenta resolver esta tarea; pero no podemos seguir negando eternamente la realidad de la pérdida, ni su significado, ni que es irreversible.
Tenemos que llegar a una aceptación intelectual (sabemos que ha ocurrido de verdad) y emocional (aceptar qué significa).
2. Reconocer y trabajar las emociones y el dolor asociados a la pérdida.
Llegamos a sentir un dolor físico ante pérdidas importantes (los alemanes hablan de schmerz). Y tendemos a tratar de evadirnos de éste y del emocional por puro instinto; esto es lógico.
Pero suprimir de forma continua este dolor dificulta la evolución del duelo y prolonga su curso.
Vivimos en una sociedad que gestiona peor el dolor ajeno que el propio. El propio se ahoga en casa (“no quiero amargar a mis amig@s”, “no quiero resultar pesad@”, etc).
Y abandonarse al dolor está mal visto en una “sociedad de Mr. Wonderful”, de estados positivos en WhatsApp y fotos de eternas sonrisas en Instagram.
Esto favorece el bloqueo de las emociones consecuentes a la pérdida como la rabia o la tristeza, en lugar de dejarnos sentirlas, identificarlas, darle rienda suelta a su expresión y aprender que, cada día que lo hagamos, favorecerá que acaben pasando.
Bowlby dice que antes o después, aquéll@s que evitan todo duelo consciente, sufren un colapso habitualmente con alguna forma de depresión.
3. La tercera tarea consiste en adaptarse a un medio en el que la persona fallecida ya no va a estar.
Esto conlleva tener que asumir que a partir de ahora vamos a vivir sol@s, o desarrollar roles que antes eran de la persona que ya no está, o seguir adelante con un nuevo sentido de la vida. En definitiva, consiste en afrontar la vida desde otros parámetros: los propios, los nuestros.
4. Y, por último, recolocar a la persona fallecida y continuar viviendo.
Establecer nuevos vínculos, seguir el día a día, poder iniciar nuevas rutinas o retomar las antiguas, estar “disponible” de nuevo, conseguir disfrutar otra vez, etc.
Muchas personas se resisten a realizar esta tarea por temor a deshonrar la memoria de la persona que se ha ido, o por miedo a olvidar al fallecid@.
Como José González repite “el duelo no consiste en olvidar, sino en aprender a recordar”.
El duelo habrá acabado cuando se hayan realizado las cuatro tareas.
Cuando nos quedamos anclados en alguna de ellas, sentimos que nos desborda, recurrimos a conductas desadaptativas, y tenemos la sensación de no avanzar durante demasiado tiempo, es posible que estemos en los inicios de un DUELO COMPLICADO. Es el momento de pedir ayuda profesional.
En otra entrada, hablaremos sobre qué variables influyen en el curso y la evolución de cualquier duelo, de los tipos de duelos complicados, de cómo identificarlos, y de los recursos que podemos utilizar como acompañantes de un doliente.
De momento, como tarea, te sugiero que recuerdes este último año. ¿Qué has perdido durante el mismo? ¿Cómo has integrado esta pérdida? ¿Con quién has contado para ello? ¿Has identificado las reacciones asociadas a la misma? ¿Has conectado con las emociones que te ha provocado? ¿Las has expresado?
Y también añado la siguiente pregunta: ¿qué has ganado?
Porque un duelo es una oportunidad para crecer, para madurar.
Inevitablemente, superar cualquier pérdida nos convierte en otras personas; ya nunca seremos l@s mism@s. De nosotr@s depende aprovechar dicha oportunidad para trascender.
¿Quizás sea una manera de encontrarle significado?